
A propósito de las falsedades de Donald Trump: ¿por qué el ser humano tiende a mentir seguido?
Falsedades
En el reciente discurso de Trump sobre el Estado de la Unión, el detector de mentiras de Univisión Noticias encontró menos falsedades de lo habitual, aunque había algunas que valen su peso en oro, como cuando dijo que “siempre protegeremos a los pacientes con condiciones preexistentes”, o dijo que “se está construyendo un muro largo, alto y muy poderoso. Ya hemos completado más de 100 millas y se habrá completado más de 500 millas a principios del próximo año”.
Claro que el mandatario tiene el listón muy alto: recordemos que este presidente fue capaz de hacer creer al 40% de sus compatriotas que el expresidente Barack Obama es musulmán y no nació en EEUU.
Trump dice que él no miente (“ mi sinceridad es la que me mete en líos”, asegura) pero la escalada de embustes da, literalmente, para una enciclopedia: a fecha del pasado 19 de enero, el seguidor de mentiras del diario The Washington Post dejaba constancia de un total de 16,241 mentiras o medias verdades en 1,095 días, unos 15 embustes por día.
“Todo el mundo miente; la única variable es sobre qué”, decía el doctor House en la popular serie de televisión del mismo nombre. Y tiene razón: lo hacemos todos, quien más quien menos. Algunos estudios indican que el 60% de los adultos son incapaces de mantener una conversación de 10 minutos sin mentir al menos una vez. Otros señalan que decimos dos o tres mentiras cada diez minutos, y las estimaciones más conservadoras muestran que mentimos al menos una vez al día.
Las pequeñas mentiras se van acumulando y producen cambios en nuestra actividad cerebral. Esto se debe a que la amígdala, una parte del cerebro asociada a las emociones, comienza a perder sensibilidad. En última instancia, se produce una espiral en la que los pequeños actos de falta de sinceridad terminarían por “corromper” el cerebro y llevar a grandes autoengaños. Los investigadores sostienen que el nivel de actividad de la amígdala mientras decimos mentiras puede usarse para predecir los próximos engaños de esa persona y su tendencia a mentir.
A esto hay que sumar —y esto es un hueso duro de roer para los periodistas que tratan de combatir las fake news— lo que se conoce como sesgo de confirmación, la tendencia que tenemos a creer aquella información que valida nuestras creencias y rechazar la que las contradice. Por otro lado (y esta es una de las estrategias favoritas de Trump), a fuerza de repetir una y otra vez lo mismo, acabamos tragándonos los embustes más grandes.
Engrasar las ruedas del discurso social
Y ahora llega la gran pregunta: ¿por qué lo hacemos? Como señala el psicólogo de la Universidad de Massachusetts Robert Feldman, “usamos las mentiras para engrasar las ruedas del discurso social”. La mentira es muy útil, y por eso la usamos todo el rato. Para proteger a nuestros amigos, conseguir un aumento de sueldo, quedar bien en sociedad (a ver quién se atreve a decir a su suegra lo poco que le favorece ese nuevo corte de pelo), o incluso encontrar pareja, un campo abonado cuando se hace a través de Internet (de acuerdo con Scientific American, el 90% de usuarios que buscan encontrar pareja online mienten en su perfil de usuario). También mentimos, y esto es importante dado la frecuencia con la que se produce, cuando no sabemos la verdad. O no toda.
La psicóloga y directora del Centro de Estudios del Coaching de Madrid Miriam Ortiz de Zárate, distingue entre tres tipos de mentiras: aquellas manipuladoras (para conseguir algo del otro); piadosas (para cuidar al otro) y, por último, las que tienen como fin ser aceptados. El peligro, apunta, es que nos vayamos aficionando a este tipo de mentiras, y al final no sepamos parar, creando una bola de nieve de consecuencias impredecibles.
Al otro lado del péndulo encontramos el candor radical, o sea la sinceridad a tope. Pero este candor radical puede desembocar en el llamado “sincericidio” y hacer peores estragos que los embustes más gordos.
¿Cuándo está justificado mentir? En el documental (Des)Honestos, elaborado a partir de las investigaciones del profesor de psicología Dan Ariely, autor del libro Por qué mentimos, en especial a nosotros mismos , este señala que las mentiras son como un cuchillo. “Si lo usas para matar a alguien está muy mal, pero si lo usas para untar mantequilla en el pan no hay nada malo en ello”.
Quizá sirve de consuelo recordar que aprendemos esta “habilidad” muy pronto: a los cuatro años de edad, el 90% de los niños ha comprendido el concepto de mentir. Y la falsedad no es patrimonio de los humanos: los animales la utilizan constantemente como estrategia de supervivencia. Ahora que los tenemos tan tristemente presentes, pensemos en los virus que se camuflan para pasar inadvertidos, los muchos ejemplos de machos portándose como hembras o viceversa. Quizá alguien recuerde incluso al entrañable gorila Koko echando la culpa a su gatito de los destrozos que él había producido en su entorno. El propio Ariely abre su libro con una cita de Groucho Marx que dice así: “Hay una forma de saber si un hombre es honesto: preguntándoselo. Si dice que sí, es un sinvergüenza”.