
¿Crisis a los cuarenta?: Menopausia!
La cuarentena en nuestra vida suele convertirse en un infierno cuando uno se acerca a ella. No deja de ser un mito que, de tantas veces repetido, parece que se ha convertido en una realidad. Pero esta idea suele llevar como consecuencia el sufrimiento, tanto en hombres como mujeres, de malestares pasajeros o francas depresiones hasta llegar a producirse lo que en Psicología se conoce como “crisis vital”.
Dadas las expectativas de vida en la actualidad, se puede decir que, a los cuarenta, estamos en la mitad de nuestro recorrido en este mundo. Psicológicamente, traspasar este umbral conlleva una gran carga de responsabilidad porque el ciclo vital se nos divide en dos mitades, una la de la juventud, que llegó desde la ingenua infancia, donde a medida que crecíamos íbamos forjando las ilusiones y, poco a poco, luchábamos por proveernos de herramientas para ir conquistando aquellos deseos que fuimos creando.
La energía, entonces, es mucha y la vitalidad está orientada a construirnos un lugar en el mundo. Cuando cumplimos los treinta, ya se comienza a percibir el sabor de cierta nostalgia por aquel tiempo pasado envuelto entre la irracionalidad y la espontaneidad. Los años comienzan a ganar velocidad y empezamos a darnos cuenta del peso de nuestras responsabilidades en la sociedad.
Pero, sin casi darnos cuenta, llegamos a los cuarenta y ahora sí que hemos recorrido un buen trecho en nuestra vida, el más vital, y nos encontramos irremediablemente en la frontera de la madurez. Es entonces cuando nos planteamos casi todos la misma cuestión: ¿Hemos logrado cumplir con nuestros sueños?, ¿qué es lo que hemos conseguido en todos estos años en los que el cuerpo y el intelecto estaban en su máxima potencialidad?. Los cuarenta son percibidos como el principio de un tobogán por el cual nos precipitaremos hacia la vejez.
Los cambios que se producen a partir de ahora son biopsicosociales. A nivel biológico se comienzan a observar cambios en el cuerpo, tanto en la sique como en el rendimiento físico y empiezan a registrarse las primeras limitaciones, todo ello hace que nuestra perspectiva del mundo cambie, pero no solo es una perspectiva subjetiva, es que, además, las circunstancias de la vida cambian también en torno a nosotros de manera imperceptible pero inexorable.
En cuanto a nuestros hijos, ya han crecido lo suficiente como para ser más independientes y tienden a alejarse del hogar familiar, lo que fuerza a los padres a volver a verse solos. Pero si en los primeros años del matrimonio existía la ilusión de la juventud y la esperanza de esos primeros retoños, con el paso de los años y tras haber luchado por los hijos y en la vida, el hueco dejado por ellos suele separar ahora a la pareja. Es la edad, por ello, en la que las separaciones son más frecuentes. El rol en el matrimonio muchas veces ha perdido su carácter excitante por la frenética actividad y las múltiples preocupaciones que conlleva una vida familiar.
AQUELLAS
OPORTUNIDADES
PERDIDAS
Pero, ahora, a los cuarenta el trabajo se desacelera y los objetivos y actividades diarias se ralentizan. Hay más tiempo para pensar en aquellas cosas que quisimos hacer pero nuestra tarea diaria nos lo impedía. Tendemos por inercia a mirar hacia atrás y son muchos los que piensan que han perdido el tiempo y que han dejado de vivir intensas experiencias a causa de las tareas domésticas y de otras obligaciones.
La primera inquietud y más recurrente es la de querer buscar nuevas experiencias sexuales, volver a vivir aquellos amores fugaces y, sin embargo, tan intensos. El hecho de no experimentar en las propias carnes la libertad sexual que ahora poseen los más jóvenes se concibe como una carencia de episodios vitales y se plantea la posibilidad de acceder a ese mundo erótico que, si no es experimentado a los cuarenta, difícilmente volverá a presentarse en nuestra vida.
La crisis en la mujer es mucho más real que en el hombre, porque para ella significa el principio del ocaso de su ciclo menstrual y la menopausia comienza a amenazar no solo en su cuerpo sino también con las consecuencias psíquicas que ello puede acarrear. Para ella no solo es un paso más fisiológico en su vida sino que además este paso viene acompañado por la percepción profunda de que la fertilidad se aleja de su ciclo vital y, a consecuencia de los cambios que transformarán su cuerpo, comenzará a vislumbrar el principio de la decadencia de la juventud, la piel comienza a dejar de ser tersa y la cintura comienza a ensanchar, los músculos pierden su firmeza y el rostro se surca de esas primeras marcas que el tiempo cincela de forma despiadada.
El concepto de belleza cambia y se ha de aspirar a la belleza interna, a la armonía y a la tranquilidad de espíritu para lograr esa otra belleza que nada tiene que ver con la ingenuidad ni con la frescura de los años jóvenes. En lugar de obsesionarse con mantener una juventud que inexorablemente se termina perdiendo se han de cambiar las aspiraciones.
Sin embargo, en la actualidad no solo para la mujer sino también para el hombre existen en el campo médico, dietético y estético muchas posibilidades que ofrecen fórmulas para conservar no solo el cuerpo sino también la mente y el espíritu ágil. Desde la cirugía hasta los deportes específicos, las dietas sanas y los cientos de cursos que versan sobre la armonía y el desarrollo de las potencialidades espirituales para intentar dominar las inquietudes del alma de la mejor manera posible y olvidar que el paso de los años ha de significar angustia y temor. Es hora de comenzar a plantearnos la conquista del espíritu.
No hay que olvidar que las crisis provocadas por la llegada de las tan temidas décadas más tienen de mito que de realidad, y que, al fin y al cabo, cumplir treinta o cuarenta no deja de ser cumplir un año más en este pedregoso y maravilloso camino por la vida.