
En Busca de los Vecinos del Cosmos!
Cuando la intuición fracasa: Cuando nos preguntamos si tenemos vecinos en el cosmos, y si es posible contactar con ellos, las primeras cuestiones que tenemos que respondernos son qué y cómo es el «espacio exterior’’.
Supongamos que estamos en Mar del Plata. Sabemos que al otro lado del mar está Sudáfrica, pero nunca se nos ocurriría ponernos a gritar desde la playa y esperar que nos contesten desde el otro lado, ni tampoco tratar de llegar hasta allá nadando. Una de las mayores hazañas del mundo de la natación, el cruce del canal de la Mancha, le demoró a Matthew Webb, en 1875, nadar durante casi 22 horas. Suponiendo que un nadador pudiera mantener el mismo ritmo durante todo el tiempo, sin beber ni dormir, el cruce del Atlántico Sud demandaría unos seis meses (evidentemente, al poco tiempo de partir bebería agua en abundancia, pero salada, y se sumergiría en el sueño definitivo).
Nuestras nociones sobre el ancho del océano provienen de lo que hayamos estudiado (o no) en la escuela. A lo largo de la historia, las diferentes culturas elaboraron ideas erróneas sobre el tamaño de la Tierra, que por lo general apenas alcanzaba a contener la región que habitaban y conocían. En forma similar, los primitivos modelos del Universo eran muy mezquinos. El cielo se reducía a una simple bóveda o techo, dejando «afuera’’ suficiente lugar para el infierno, el paraíso y demás inmuebles usufructuados por los dioses.
La primera noción acertada sobre la verdadera dimensión de la Tierra proviene, obviamente, de haberla medido. La más antigua determinación de la cual se tiene noticia fue efectuada por Eratóstenes en el siglo III AC. Por aquellos tiempos, Aristarco explicaba la rotación de la Tierra sobre su eje y su traslación alrededor del Sol, efectuaba mediciones groseras (pero no disparatadas) de las distancias a la Luna y al Sol y conjeturaba que la órbita de la Tierra ocupaba una región diminuta del espacio, comparándola con la distancia hacia las estrellas.
De todas formas, el modelo aceptado por la Iglesia como «verdadero’’ fue el de Ptolomeo, en el cual el universo se reduce a una Tierra esférica rodeada por cáscaras esféricas concéntricas, sobre las cuales se mueven la Luna, el Sol y los planetas. Sobre la última esfera se sitúan las estrellas.
Gracias a que las antiguas obras de los griegos habían sido traducidas al árabe por iniciativa del califa Harun al Raschid, los conocimientos no se perdieron totalmente. Hacia 1450, la imprenta (desconocida por los europeos en aquella época) es re-inventada por Guttenberg. Con la conquista de Bizancio por los turcos se comienzan a difundir por toda Europa las obras originales de los griegos, que los escolásticos habían traducido del árabe al latín.
Copérnico rescata algunas de las ideas de Aristarco y propone un sistema en el cual «el centro de las esferas está cerca del Sol’’ y sólo la Luna orbita alrededor de la Tierra. Hombres como Galileo y Képler abandonan el dogmatismo cristiano dando origen a la ciencia moderna: se deja de lado la mera filosofía y se edifica el conocimiento a partir de la observación de la naturaleza. Desde entonces, los astrónomos comienzan a medir el verdadero tamaño del cielo: En 1672, Cassini y Richter determinan la distancia a Marte en forma precisa. La primer distancia hacia una estrella cercana (61 Cygni) es determinada por Bessel recién en 1838, pero lo tardío de esta medida se debe sólo a que se requieren observaciones de gran precisión y no al desconocimiento de algún hecho importante. Herschell descubre las «nebulosas espirales’’ en el siglo XVIII. Si bien desde un principio se sospecha que estas nebulosas son en realidad galaxias similares a la nuestra, tanto la confirmación de esta idea como el descubrimiento de nuestra ubicación dentro de la Vía Láctea son asuntos de la historia reciente.
Hoy podemos decir que los astrónomos conocen las distancias a los planetas, las estrellas y las galaxias con aceptable precisión. Pero también hay que reconocer que las nociones de los que no son astrónomos acerca de estas cuestiones son, a menudo, tan erróneas como las ideas medievales.
Para tratar de tener una idea de las distancias astronómicas, supongamos que viajamos en un tren expreso. A la velocidad constante de 70 km/h, podríamos dar la vuelta al mundo (si existiera tal vía férrea) en unos 24 días. Llegar hasta la Luna demoraría sólo unos ocho meses de viaje, pero alcanzar Venus, nuestro vecino planetario más cercano, demandaría más de 160 años. El viaje hacia la estrella más cercana duraría unos 66 millones de años, muchísimo más de lo que ha existido la especie humana sobre la Tierra.
Evidentemente, hay que pensar en un medio de transporte más rápido. A la velocidad de un avión a reacción, llegar a la estrella más cercana demoraría unos 5 millones de años, por lo que tampoco sirve. Incluso si pudiéramos viajar a 400000 km/h (velocidad diez veces más grande que la que necesita un cohete para escapar de la atracción de la Tierra) dejaríamos atrás a la Luna en menos de una hora y podríamos llegar a Marte en sólo diez días. Apenas nos llevaría dos años el viaje hasta la órbita de Plutón, a 6800 millones de kilómetros del Sol, pero desde ahí hasta nuestra vecina estelar más cercana nos quedarían más de 12000 años de viaje. El Universo es muchísimo más grande de lo que podemos imaginar, y está hecho fundamentalmente de espacio vacío.
De todas formas, la velocidad es importante sólo si uno está apurado. Los astrónomos estudian los fenómenos físicos que ocurren en otras galaxias y la composición química de las estrellas sin necesidad de viajar hasta ellas, aunque su luz haya tardado miles o millones de años en llegar hasta nosotros. De igual manera, podrían estudiar a los extraterrestres si éstos aparecieran.
- ...Por todos los confines del mundo se han dado a la luz fotografías de OVNIS (Objetos Voladores NO Identificados) verdaderas o montajes?, Descífrelo usted leyendo el artículo completo y esperando próximas historias que le estaremos trayendo semana a sema