
En el corazón de la montaña …Crested Butte y Telluride, separados por poco más de tres horas, se parecen mucho
Colorado, Estados Unidos.- Por razones que quizá nadie conoce, pareciera que la época invernal y sus fiestas son verdaderos sólo cuando llegan acompañados de copos de nieve, abrigos pesados y vahos densos como nubarrones.
Uno de estos festejos celebrado en un pueblito de Colorado, Telluride o Crested Butte, por ejemplo, podría tenerse por auténtico.
Y es que estos dos pueblos, encaramados en las montañas Rocallosas, con no más de 2 mil vecinos que habitan cabañas de madera de maple y techos triangulares, son la representación más fiel de aquellos inviernos descritos en los libros infantiles o, acaso, su inspiración.
Estos enclaves, otrora mineros, hoy boyantes destinos de esquí, están rodeados por filudas montañas de nieve, como si alguien les hubiera sacado punta.
Están pobladas por una cantidad de pinos tan densa que apenas parecen zonas habitadas por humanos: venados, zorros y águilas calvas se dejan ver con facilidad mientras los alces hacen otro tanto, atravesando las carreteras donde, picados por la curiosidad, a veces se detienen para olfatear los automóviles que conducen los lugareños.
Crested Butte y Telluride, separados por poco más de tres horas, se parecen mucho.
Ambos fueron, por cientos de años, zonas a las que llegaban en verano los indios ute para cazar alce.
En la segunda mitad del siglo 19, ambos fueron descubiertos por aventureros y poblados por mineros europeos que buscaban extraer plata, cobre, carbón y oro.
La minería trajo una prosperidad que, como suele suceder en estas historias, se agotó con las últimas extracciones de carbón; muchas familias se trasladaron entonces a otro sitio, a la siguiente mina, para la siguiente aventura.
Los dos sobrevivieron el desplome de la minería.
Hoy, cada uno a su manera, presumen un encanto especial. Telluride, rodeado por las montañas de San Juan, da la impresión de vivir (o sobrevivir) el perpetuo acecho de sus cumbres.
El pueblo escurre y se filtra por donde las montañas se lo permiten a partir de Main Street, en una anacrónica y encantadora sucesión de tiendas y bares, que para sus poco más de 2 mil habitantes se antoja desproporcionada.
En uno de ellos, el New Sheridan, los espejos trepados sobre la barra se conservan desde la época en que servían a la clientela para enterarse cuando se desenfundara una pistola a sus espaldas.
Crested Butte, instalado a las faldas del monumental y orgulloso Monte Emmons («Red Lady», le dicen los lugareños), reemplaza con luces y fiesta la oscuridad que corresponde a la solitaria llanura en que se encuentra.
Gracias a detalles que los hacen únicos, como sus paisajes y la amabilidad de su gente (una mezcla de hippies, amantes del esquí y rancheros), figuran en cualquier lista de los destinos turísticos más exclusivos de Estados Unidos, dice Glo Cunningham, directora del Museo de Crested Butte.
Y quizá tenga razón, aunque se antoja justo añadir algunos otros encantos. Tal vez las noches repletas de gente en el bar del New Sheridan, en Telluride, o los espléndidos cocteles que sirve Phoebe Wilson en The Dogwood, en Crested Butte, entre muchos más.
Pequeños destinos
El encanto de las pequeñas ciudades montañesas del Estado de Colorado no es exclusivo de Crested Butte ni de Telluride.
Breckenridge, con una población de 3 mil 500 habitantes, es otro antiguo centro minero lleno de historia y encanto y posee el Distrito Histórico más grande del Estado.
Steamboat Springs, como Breckenridge, también se encuentra en el norte de Colorado y concilia la austeridad de los vaqueros que pueblan sus calles con el alegre estilo de vida de los deportistas invernales.