
En Megamarcha Inmigrantes exigen el cambio!
...Arranca la caravana. Desde primera hora del viernes comenzaron a salir buses desde los rincones más apartados de la capital estadounidense. California, Texas, Nuevo México, Washington, Oregon, Massachusetts, Carolina del Norte, Florida, Louisiana... Unos 200,000 inmigrates fueron a pedirle al Presidente Barack Obama y al Congreso que aprueben la reforma migratoria.
Afigidos y con miedo. No es fácil moverse en estos tiempos por las calles de Estados Unidos. Los inmigrantes que acudieron a Washington DC temían redadas de agentes federales en las carreteras, que los arrestaran, los encarcelaran y luego los deportaran. Pero afortunadamente no ocurrió nada. Sólo rumores y una lluvia de mensajes de texto.
Manos trabajadoras. La mayoría de los marchistas provenientes de Florida son campesinos originarios de México y Guatemala. Son hombres y mujeres que trabajan de sol a sol y les pagan menos del mínimo. Algunos llevan 20 años en Estados Unidos y confían en que ésta vez el Congreso los escuchará. O que el Presidente intercederá por ellos ante el Legislativo.
Primero Dios. Antes de la partida de cada bus, un pastor, una monja, un religioso se detuvo junto a los viajeros e imploró la bendición del cielo. Clamaron por un viaje sereno, sin redadas, y que el Congreso y la Casa Blanca escuchara el grito de los que en verdad no tienen nada o tienen muy poco. Durante la marcha también hubo plegarias y la oración secreta de millones de indocumentados.
Arreglando detalles. En cada parada rumbo a Washington DC aparecían manos laboriosas arreglando esto y aquello. Una bocina portatil, un cable para cargar un teléfono celular, la manilla de un bolso, el cierre de una mochila, el taco de un zapato, el botón de una camisa, la bombilla de una linerna, las baterías de un Ipod… Los inmigrantes de son gente arrecha que hace de todo.
Con los críos a cuestas. Los grandes son indocumentados y los pequeños son ciudadanos estadounidenses. Marcharon por las calles de la capital como faraones modernos, en brazos, sonrientes, juguetones, sin saber por qué estaban ahí. ¿Los vieron? ¿Los escucharon? Cuando sean grandes y vean las imágenes de la marcha del 21, comprenderán que también fueron héroes en esta cruzada.
No fue la más grande. La marcha del 21 fue inmensa, portentosa, pero no la mayor de este tipo en la historia de Estados Unidos. Ese título de lo lleva Los Angeles, el 25 de marzo de 2006, cuando más de medio millón marchó por las calles de esa ciudad de California. Y después de sigue Phoenix, Arizona. Sin embargo, sí fue la mayor en Washington DC y eso es un gran logro.
Sí se puede. Es un grito de guerra que se utiliza en gestas deportivas, campañas políticas, discursos presidenciales, anuncios de TV y películas de cine. Pero calza mejor en la batalla por la reforma migratoria por una sencilla razón: es el grito de guerra de un pueblo de 12 millones que no pierde la esperanza de alcanzar la meta de la legalización. Gritan por ellos mismos.
Arte popular. No son Picasso, Velázquez o Miguel Ángel, son gente de pueblo que en un pedazo de lienzo plasma una idea, un sentir, una ilusión, un grito, una esperanza, una ilusión, un sueño. Quizás no hablan inglés tan bien como quieren, pero son capaces de enviarle un mensaje al Presidente: legalización y que paren las deportaciones.
Homenaje a los muertos. Los caidos en la frontera estuvieron presentes en Washington DC el 21 de marzo. Van más de 5 mil fallecidos en 15 años y la cuenta sigue creciendo. Algunos trajeron cruces con sus nombres escritos para que no los olviden, porque ellos tampoco de olvidan de los vivos, de sus seres queridos que se quedaron aquí viviendo en las sombras del miedo y las discriminaciones.
Que paren las redadas. Un informe del Departamento de Seguridad Nacional (DHS), divulgado poco antes de la marcha, reveló que durante el año fiscal 2009 deportaron a casi 390 mil inmigrantes, frente a los poco más de 320 mil en el año fiscal 2008. Se podría decir algo así como que durante el primer año de Obama se deportó a más extranjeros que durante el último año de Bush, pero esta afirmación estremece a la Casa Blanca, la incomoda.
La cifra es inmensa y todo indica que seguirá creciendo, día a día, semana a semana. Por eso en la marcha hubo miles de carteles como este, pidiendo que paren las redadas, los arrestos, los encarcelamientos y las deportaciones de inmigrantes.
Huérfanos a la fuerza. En Estados Unidos hay unos 5 millones de niños estadounidenses cuyos padres (uno o ambos) fueron deportados o están en proceso de ser expulsados del país. En muchos casos el delito fue no tener papeles de estadía legal, una acción que según la ley no es un crímen, sino una falta de carácter civil. Los pequeños estadounidenses también están sufriendo.
No somos criminales. Esta frase se viene repidiendo desde hace ya varios años. ¿Por qué criminales los que no tienen papeles y son, por ejemplo, padres de hijos estadounidenses? ¿O abuelos, hermanos, primos, tíos? El trabajo que realizan es valioso y los contratan en todo Estados Unidos. Y pagan impuestos, hablan inglés, cumplen con la ley, pero les falta la green card. Sólo eso.
La marcha de Carmen Palma. Esta inmigrante salvadoreña de 75 años viajó a Washington como todos los demás, pero llegó de último. Tiene dificultades para caminar y un efisema pulmonar. Pero eso no le importó. No levantó una bandera ni pudo gritar para que la escuchara el Congreso y el Presidente Obama, pero la oyeron sus dos nietos, ciudadanos estadounidenses.
Planes de reforma. Hasta ahora hay dos proyectos sobre la mesa: uno en la cámara de representantes y otro en borrador en el Senado. Y ambos incluyen una vía de legalización regulada. ¿Quiénes se beneficiarán? Según los planes, aquellos que carezcan de antecedentes criminales, pagan impuestos y hablen inglés. «No hay problema», aseguran miles. «Estamos preparados».
Asunto de seguridad. Los detractores de la reforma migratoria aseguran que los indocumentados son un problema para la seguridad de Estados Unidos. Y quienes apoyan la reforma dicen que si aprueban la reforma se acabará el problema. ¿Quién tiene la razón? Si se hace lo que dicen lo segundo, habrá una solución sobre la base de justicia.
Estamos aprendiendo. A diferencia de las marchas por la reforma de 2006 y 2007, en 2010 los inmigrantes aprendieron una lección a base de golpes: salieron a las calles con banderas de Estados Unidos. Y el cambio benefició a los más listos, como esta mujer que a la salida del Metro en L’Enfant Plaza vendió el símbolo a $5 cada uno. Qué negocio.
Los más pequeños. Este grupo de inmigrantes de Miami está integrado por padres sin papeles, protegidos con TPS, con órdenes de deportación vigemntes y suspendidas temporalmente, sin empleo, con hambre, necesidades extremas y mucha ilusión por una regorma migratoria. «Lucharemos hasta lo último por el futuro de nuestros hijos», aseguraron.
Una sola voz. La marcha nacional por la reforma migratoria del 21 de marzo ya es parte de la historia. ¿Habrán otras? Sí. El próximo sábado habrá una en Los Angeles y luego le toca el turno a otras ciudades. Se mantendrán vigentes hasta que la Casa Blanca y el Legislativo actúen, debatan y voten una vía de legalización generosa.
La batalla final. Aquí de decide la guerra. Por ahora no hay pronósticos, sólo especulaciones. Lo único cierto es que no hay 60 votos en el Senado ni 218 en la Cámara de Representantes. Por lo tanto la guerra sigue, bulliciosa, silenciosa, abierta, secreta, ligera, pesada, lenta, cansada… Así son todas las guerras y así se tejen las más grandes victorias en Estados Unidos.