
Esclavos del teléfono celular
En todos lados y en cualquier momento no dejan de sonar los Celulares!
Fueron inventados para que los hombres pudieran comunicarse desde cualquier parte; sin embargo, las sociedades evolucionan tan pronto que ahora los sofisticados armatostes conocidos como teléfonos celulares destierran de la vida toda posibilidad de diálogo.
Tres chicas, muy jóvenes, comen en una fonda; quedaron de verse para platicar “después de tanto tiempo”. Al menos eso indica el júbilo con que se abrazaron.
El problema es que en cuanto se instalaron en la mesa, sus teléfonos celulares empezaron a sonar. Les llamaron Sergio, Luis y Mario, Karla, Claudia y creo que Carolina. Cuando terminaron de hablar, la mesera había traído la ensalada. Luego llamaron Carlos, Ricardo y Magdalena. Las ensaladas se acabaron y pidieron la pasta. Una de ellas recordó algo de pronto y comenzó a teclear en el aparato con habilidad de mecanógrafa.
Esto hizo que la segunda recordara también algo y mandara a su vez un mensaje electrónico (la tercera también recordó algo, pero sólo se quedó con la vista puesta en el infinito). Los mensajes de las otras debían ser de naturaleza tan importante, que en su ir y venir abarcaron la pasta, dos copas de vino y la llegada del postre. Traducción aproximada: los celulares fueron creados para que estés con una persona y platiques con otra, que por lo general está ausente.
Las chicas terminaron el postre y se pusieron a comparar virtudes y capacidades de sus teléfonos respectivos. Luego, para eternizar el momento inolvidable de su encuentro, pusieron cara de qué padre estuvo la comida y se tomaron fotos —con la cámara integrada a sus teléfonos.
Cabe decir que en las mesas de junto otros celulares no dejaban de sonar. Los hombres se escarbaban los bolsillos del saco como antaño se buscaban la cartera y las mujeres revolvían sus bolsos con la prisa con que hubieran buscado la pastilla capaz de detener un infarto. La fonda era un manicomio repleto de gente que hablaba con nadie. En la calle, mientras tanto, pasaban autos cuyos pilotos conducían sólo con una mano (la otra estaba dedicada al enriquecimiento del señor Slim) y por las aceras paseaban novios que se estrechaban también con una mano: la otra parecía muy empeñada en hacer crecer los emporios Telcel, Iusacell, Unefon o Telefónica Movistar.
Escenas semejantes debían estar ocurriendo en todas partes del mundol. Desde que este se volvió autista, una cascada de pesos, bajo el rubro “tiempo aire”, engrosa cada minuto las cuentas bancarias de los empresarios de la comunicación.
¡Qué lejos quedaron los tiempos de don Amado Nervo, cuando cada cantina era un Senado romano, cada silla una tribuna y cada copa de coñac una urna de facundias inverosímiles! Los conversadores de entonces, se quejaba Nervo, se cebaban sobre el tiempo de los otros con verdaderas cargas de caballería; atacaban los oídos de sus interlocutores con más saña que el buitre mitológico las entrañas de Prometeo.
No había comida, celebración, tertulia, brindis o reunión de café en que, al final de la conversación, y por si fuera poco, no hubiera por lo menos una docena de discursos. No era posible tropezar con alguien en la calle sin que la verbosidad inagotable entablara charlas maratónicas que, en una de sus crónicas más divertidas, hicieron a don Amado exclamar: “¡Quién fuera sordo!”.
Cuando en 1878 un agente de la compañía telefónica Bell propuso a Vicente Riva Palacio, ministro de Fomento del gobierno de Porfirio Díaz, la introducción en México de una novedad que convenía “a todos los comerciantes, banqueros, médicos, abogados, etcétera, y al público en general”, pues por medio del recién inventado teléfono éstos podrían “ponerse en mutua comunicación desde lejos e instantáneamente sin necesidad de moverse de sus bufetes respectivos”, no había manera de saber que la decadencia de la catilinaria, o el auge de la palabrería, harían del celular una herramienta más importante que la cartera, la tarjeta de crédito o las llaves del auto.
Preferible olvidar las opiniones antes que a ese escarabajo electrónico que nos deja sentir comunicados, y en cuyo interior parecen concentrarse los misterios mayores de la vida. En su carácter unificador del mundo, el celular colaborará, de paso, en la transformación de la lengua española. ¿A qué otra misión, si no atribuir el siguiente mensaje: “¿X q no yamas?” —sic.