
Santiago Xalitzintla, radiografía del pueblo que vive al pie del furioso Popocatépetl
Son apenas 2,196 habitantes. Pero le hacen frente con la fuerza de un ejército como el de Napoleón. Son David contra Golliat. Vecinos contra un volcán. Los habitantes de Santiago Xalitzintla, en el estado de Puebla, México, se despiertan todos los días con una vista singular: el furioso Popocatépetl.
El smog, la contaminación y el ruido de una gran ciudad se sustituyen en este pueblito por estruendosos rugidos, fumarolas y temblores que el Popocatépetl lanza cuando decide despertar.
A tan sólo 7 millas del famoso Popo, uno de los volcanes más activos de México, esta comunidad vive día a día bajo la amenaza de una erupción. Sin embargo, los pobladores no le tienen miedo. Aunque no se saben cómo ni cuándo entrará en erupción, viven con la certeza de que “Don Goyo”, como también se lo conoce al Popo, se levantará con toda su furia y le hacen frente.
A primera vista parece un pequeño pueblo de estilo español más: una plaza principal que sirve como centro a la comunidad. Una catedral, dedicada a Santiago Apóstol, con sus torres amarillas. Enfrente, la Presidencia Municipal, pintada de blanco y azul. Hasta que uno repara en los anuncios de emergencia y los mapas con las rutas de evacuación. El Popo está presente en cada esquina.
“En el momento de contención volcánica semáforo amarillo, fase tres, hay que estar alertas para correr en cualquier momento pero se mantienen las actividades normales. Sin embargo, hay que estar siempre muy atentos y obedecer cualquier instrucción”, explica a UnivisionNoticias.com Juan García Agustín, presidente auxiliar interino de Santiago Xalitzintla.
Tan lejos y tan cerca
A pesar de las señales, para los pobladores no existe la fase amarilla. Aunque saben el poder destructivo del Popo, les resulta lejana la idea de que el volcán los obligue a abandonar sus tierras.
Los vecinos de Santiago Xalitzintla se acostumbraron a vivir con las amenazantes lenguas de fuego del Popocatépetl, pero aceptan que al caer la noche es cuando sienten miedo. “Se pone a rezumbar o a veces truena y saca lava. Avienta piedras. Una vez se veía como arbolito de Navidad. A veces me da mucho miedo y le rezo a Jesucristo y a la Virgen de Guadalupe”, cuenta Miguel Ángel Sandoval.
Miguel Ángel tiene 12 años y aprendió a ver al volcán como una leyenda aunque el alerta es algo cotidiano: tienen los documentos importantes siempre a mano listos para salir y conocen al derecho y al revés las rutas de evacuación. Siempre atentos y confiados, pero encomendados a Dios para que los proteja. “Vivimos preparados. Hay muchos que tienen vehículos en caso de que se ponga feo pero hay otra parte de la gente que no tiene cómo transportarse y hay que esperar a que vengan por ti”, explica Victorina de Aquino, dueña de la única pollería que existe en el lugar y que atiende hace cuatro años.
A la deriva
En la comunidad no hay policía local. La más cercana está en Cholula, a 13 millas de Santiago. Tampoco hay bomberos ni cuerpo de emergencias. Los vecinos se sienten abandonados por las autoridades. Incluso, dicen que muchas veces se enteran de los cambios de humor del Popo por las noticias que llegan desde la Ciudad de México, a dos horas de Santiago Xalitzintla.
Los santiaguenses están tan acostumbrados a las amenazas del volcán que les cuesta diferenciar cuando se vuelven realmente peligrosas. Y no es hasta que llegan las alertas por TV, radio o Internet que las toman en serio.
En el pueblo sólo hay un local con un par de computadoras. La televisión por cable llegó a la zona hace dos años y los vecinos no tienen teléfonos en sus casas. Prefieren el público que está en la plaza central y unos pocos tienen celular.
La única alerta que escuchan siempre es la campana de la Iglesia que repica para advertir del peligro. Ahí abandonan sus casas y se reúnen en la plaza central a la espera de las indicaciones de la Presidencia Municipal o de los voluntarios que siguen las indicaciones que alguna vez les dieron desde Protección Civil.
Pero pese a sus carencias, la comunidad no se detiene: “Todos se unen. A veces huele a un poco de azufre. En el 2000 el volcán sacó mucha lava y por las noches se veía como un arbolito de navidad pero todo se quedó en las faldas, no llegó a la población”, recuerda Ofelia Rivera, la dueña de una tienda de abarrotes.
La salud, en jaque
“Están acostumbrados a que los papás les dicen que no pasa nada, pero se les trata de inculcar que en cualquier momento puede surgir algo mayor. A lo mejor por su edad los chicos no ven que puede ocurrir algo mayor. Lo toman como algo novedoso y con risa. Pero mira qué bonita la fumarola”, comenta José Manuel Mendoza Guerra, profesor de la única secundaria. Tiene 90 alumnos. En la primaria hay unos 300 niños.
La amenaza no es lo único que no notan. Chicos y grandes viven ajenos a los problemas de salud que les genera el Popo. “La vista es la más afectada. Aumentan los casos de conjuntivitis, problemas respiratorios, amigdalitis y hasta diarreas”, comenta la doctora Leticia Campos.
Para Campos lo más preocupante viene en el momento de una evacuación: “Hay diabéticos e hipertensos que por un llamado de emergencia pueden sufrir infartos por la tensión emocional”, explica desde su clínica, formada sólo por un recibidor y un consultorio.
A Campos sólo le ayuda una enfermera: “Doy 40 consultas en un día y me toca desde esterilizar, vacunar y estar bien pendiente de la salud de todos. Se necesitan más médicos pero no hay nadie. Estoy sola con toda la responsabilidad”.
En la comunidad tampoco hay farmacia. Los medicamentos los envía el gobierno. Apenas hay siete comercios: la pollería, una rosticería, una tortillería, una verdulería y dos pequeños autoservicios. No tienen carnicería.
Aunque sus calles están pavimentadas, hay algunas de tierra y piedras que complican el terreno. “Son entre 23 y 26 kilómetros (entre 14.29 y 16.16 millas) los que hay que recorrer en la ruta de evacuación. No está habilitada al 100% y ya se ha pedido que las autoridades tomen cartas en el asunto, para que arreglen esos tramos de baches”, explica el presidente auxiliar interino.
El pueblo tiene un máximo de 12 minutos para evacuar por completo la zona antes de que el Popo los devore. Del total de habitantes, 74 son niños menores de un año, 29 mujeres están embarazadas, 39 personas son discapacitadas y 180 son ancianos. 695 son jefes de familia y 1,418 dependen de ellos.
“Se tienen habilitados varios refugios en Cholula. Es difícil tratar con los mayores que están acostumbrados a vivir en la población y se niegan a dejarla. En los albergues hay muchas restricciones y eso los hace sentir incómodos”, explica Juan García Agustín.
Hermelinda Pérez de la Cruz tiene 75 años, ha vivido siempre en Santiago Xalitzintla y aprendió a convivir con el Popo: “Ha caído ceniza, han caído lluvias del volcán, una roseada pero nada que me haga ir de aquí. ¿A dónde me voy a ir que valga más que donde nací? Todo lo estoy dejando a la voluntad del señor. Lo que Dios diga, si dice aquí no más, pues aquí será”.