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Crecen los Trastornos del Estado de Ánimo en Niños y Adolescentes: Cómo Detectarlos y Qué Podemos Hacer

Los trastornos del estado de ánimo —como la depresión, la ansiedad y la irritabilidad crónica— están aumentando de forma alarmante entre niños y adolescentes, según datos recientes de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) y la Academia Americana de Pediatría. Lo que antes se consideraba una preocupación propia de la adultez, hoy se ha convertido en una emergencia de salud mental que afecta a millones de menores en edad escolar.

Aunque las cifras son preocupantes, también abren una puerta necesaria al diálogo: ¿cómo acompañamos emocionalmente a nuestros hijos en un entorno cada vez más exigente, digital y desconectado emocionalmente?

Una tendencia en crecimiento

Un estudio publicado en JAMA Pediatrics reveló que los diagnósticos de trastornos depresivos entre adolescentes han aumentado más de un 30 % desde 2016, con un repunte aún más pronunciado tras la pandemia de COVID-19. La ansiedad, el desgano persistente, los cambios bruscos de humor y las alteraciones del sueño se han convertido en síntomas cada vez más frecuentes en las consultas pediátricas y escolares.

“Estamos viendo a niños de 10 años con niveles de angustia que antes solo detectábamos en jóvenes adultos”, señala la doctora Miriam Soto, psicóloga clínica especializada en infancia. “Las redes sociales, la sobreexposición a estímulos digitales, la presión por rendir y el aislamiento han modificado profundamente la experiencia emocional de la niñez.”

Factores que explican el aumento

Este fenómeno tiene múltiples causas. Entre las más relevantes, los expertos destacan:

Señales que deben encender la alarma

No todos los signos de un trastorno del estado de ánimo son evidentes. Algunas manifestaciones pueden pasar desapercibidas o ser atribuidas erróneamente a etapas normales del desarrollo. Entre los principales signos de alerta se encuentran:

¿Qué pueden hacer padres y educadores?

Frente a este panorama, la prevención y la intervención temprana son claves. Estas son algunas estrategias que pueden marcar la diferencia:

  1. Fomentar la comunicación abierta y empática. Crear espacios de conversación donde el niño o adolescente se sienta escuchado sin juicio es esencial para su salud emocional.
  2. Establecer límites sanos con la tecnología. Reducir el tiempo frente a pantallas, especialmente antes de dormir, ayuda a mejorar el estado de ánimo y la calidad del descanso.
  3. Estructurar rutinas claras y previsibles. Las rutinas brindan contención emocional y ayudan a generar un entorno de seguridad en casa.
  4. Estimular actividades físicas, creativas y sociales. Deportes, arte, juegos al aire libre o simplemente conversar son formas saludables de procesar emociones.
  5. Acudir a profesionales cuando sea necesario. No se debe postergar la ayuda psicológica. Detectar y tratar a tiempo un trastorno del estado de ánimo puede evitar consecuencias a largo plazo.

Una urgencia silenciosa

La salud mental infantil no es un tema menor. A menudo, los niños no tienen las herramientas para expresar lo que sienten, pero sí sufren sus efectos. Si no les damos el lenguaje, el tiempo y la atención que necesitan, esos malestares pueden consolidarse en heridas emocionales profundas.

Por eso, el aumento de los trastornos del estado de ánimo no solo debe preocuparnos: debe movilizarnos. Educar emocionalmente, acompañar desde el afecto y permitir que los menores nombren lo que les duele es, en el fondo, una de las tareas más humanas y urgentes de esta generación.

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