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Nuevas Investigaciones Cuestionan la Recomendación Tradicional: ¿Son Más Saludables los Lácteos Enteros Que los Bajos en Grasa?

Nuevas Investigaciones Cuestionan la Recomendación Tradicional: ¿Son Más Saludables los Lácteos Enteros Que los Bajos en Grasa?

Durante décadas, las recomendaciones oficiales en Estados Unidos y otros países señalaron que los lácteos bajos en grasa eran la opción más saludable. Esa indicación, basada en la preocupación por la grasa saturada, marcó las guías alimentarias desde los años 80. Pero la ciencia nutricional ha cambiado, y varios estudios publicados en los últimos años están obligando a revisar esa regla. La evidencia acumulada apunta hacia una lectura más compleja del papel de los lácteos enteros en la salud.

Un giro en la evidencia científica

Investigaciones publicadas en el American Journal of Clinical Nutrition, junto a datos recogidos en estudios de cohortes como METS y CARDIA, coinciden en un punto: la grasa natural de los lácteos genera una mayor sensación de saciedad. Esta respuesta fisiológica se traduce en menos picos de hambre y un consumo calórico más estable. En contraste, quienes consumen lácteos descremados tienden a experimentar una menor saciedad, lo que puede llevar a compensar con otros alimentos, a menudo más altos en azúcar o procesados.

La relación entre lácteos enteros y salud metabólica tampoco es la que se creía. El estudio PURE —uno de los más grandes del mundo en materia nutricional, publicado en The Lancet— examinó los hábitos de más de 136 mil personas en 21 países. Sus hallazgos mostraron que el consumo moderado de lácteos enteros no aumentó la incidencia de enfermedades cardiovasculares, y en algunos grupos incluso se observó una reducción en el riesgo de accidente cerebrovascular.

La grasa láctea tiene características propias

Informes de la American Heart Association, el Journal of Nutrition y análisis de Harvard han confirmado que la grasa láctea contiene compuestos como el ácido trans-palmitoleico, un ácido graso natural asociado a mejor sensibilidad a la insulina y un menor riesgo de desarrollar diabetes tipo 2. Se trata de un tipo de grasa trans de origen natural, con efectos distintos a la grasa trans industrial, la cual sí está vinculada a problemas cardiovasculares.

A ello se suma que ciertas vitaminas liposolubles (A, D, E y K) presentes en los lácteos requieren grasa para absorberse eficientemente. Investigaciones incluidas en el British Journal of Nutrition indican que, cuando la grasa se elimina casi por completo —como en productos ultradescremados—, parte del beneficio nutricional se reduce.

Un cambio de enfoque en la nutrición

Los resultados de estas investigaciones no impulsan un consumo ilimitado de lácteos enteros ni niegan el valor de las versiones reducidas en grasa. Lo que plantean es que la recomendación histórica de evitar la grasa láctea es demasiado simplista. En personas con una dieta equilibrada y actividad física regular, los lácteos enteros no representan un riesgo significativo y pueden integrarse sin problema.

Expertos en nutrición coinciden en que la clave está en el patrón alimentario completo, no en la demonización aislada de un nutriente. El debate actual se centra en si los alimentos, en su forma más cercana a la natural, pueden ofrecer ventajas metabólicas que se pierden al intentar modificarlos para reducir su contenido graso.

Las guías oficiales de alimentación aún no han incorporado plenamente este giro en la evidencia, pero la tendencia entre investigadores y profesionales de la salud es clara: el consumo moderado de lácteos enteros puede formar parte de una dieta saludable. La ciencia contemporánea propone evaluar el alimento en su conjunto, considerando saciedad, densidad nutricional y el contexto global de cada dieta, en lugar de enfocarse únicamente en el porcentaje de grasa que aparece en la etiqueta.

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