El Día de Acción de Gracias —o Thanksgiving Day— se celebrará este año el jueves 27 de noviembre de 2025, tal como marca la tradición estadounidense de festejarlo cada cuarto jueves del mes de noviembre. Aunque para muchos representa una jornada de mesas abundantes, viajes familiares y fútbol americano, sus raíces se hunden en siglos de historia, simbolismo y contradicción.
Thanksgiving es uno de los pocos rituales colectivos que Estados Unidos ha sabido preservar con un sentido de unidad nacional. Más allá de la cena, los desfiles o los descuentos del “Black Friday”, esta fecha es un espejo de lo que el país ha querido ser —y de lo que todavía busca reconciliar—: un pueblo agradecido, diverso y consciente de sus orígenes.
Un relato que mezcla gratitud y supervivencia
El origen de la celebración se remonta a 1621, cuando los colonos ingleses llegados en el barco Mayflower compartieron una comida con los pueblos wampanoag en lo que hoy es Massachusetts. Habían sobrevivido a un invierno devastador, y la cosecha del otoño siguiente trajo alivio y esperanza. Ese banquete fue interpretado como una expresión de agradecimiento a Dios y de colaboración entre culturas.
Con el paso del tiempo, la historia se idealizó. Los libros escolares hablaron de armonía y cooperación, aunque la realidad posterior —marcada por conflictos, epidemias y desplazamientos forzados de comunidades indígenas— ofrecía un cuadro mucho más complejo. Hoy, incluso mientras se celebra el Día de Acción de Gracias, hay quienes aprovechan la fecha para recordar esa otra parte de la historia, el costo humano del nacimiento de una nación.
De los campos de Plymouth a la Casa Blanca
El Día de Acción de Gracias no fue una festividad oficial hasta 1863, cuando el presidente Abraham Lincoln, en medio de la Guerra Civil, proclamó un día nacional de gratitud y reconciliación. Su objetivo era unir a un país dividido. Desde entonces, cada presidente ha firmado su propia declaración anual, manteniendo viva la tradición de reflexionar sobre la abundancia, la fe y la unidad.
En 1941, el Congreso de Estados Unidos fijó oficialmente la fecha: el cuarto jueves de noviembre, para garantizar que cada año el país tuviera un día común de descanso y celebración.
Un ritual contemporáneo de reunión y memoria
Hoy, Thanksgiving es, sobre todo, un puente entre generaciones. Familias enteras viajan miles de kilómetros para reunirse. En las cocinas, se preparan pavo, puré de papa, salsa de arándanos, relleno, pan de maíz y pastel de calabaza. No por obligación, sino por un sentimiento compartido: la necesidad de agradecer y de estar juntos.
Las cifras lo confirman: se calcula que más de 55 millones de personas se desplazan cada año por carretera o aire durante este fin de semana. Es el movimiento humano más grande del año en Estados Unidos, incluso superior al de Navidad.
Pero Thanksgiving también ha evolucionado. En muchas casas, se acompaña la cena con reflexiones sobre justicia social, agradecimientos personales o simples momentos de silencio. Para otros, se ha convertido en una jornada para servir: miles de voluntarios reparten comidas a personas sin hogar, mientras iglesias, escuelas y organizaciones comunitarias transforman la gratitud en acción concreta.
Entre el pavo y la reflexión
El pavo, símbolo central del banquete, tiene su propio destino mediático. Cada año, el presidente de Estados Unidos realiza el famoso “perdón del pavo” (turkey pardon) en la Casa Blanca, un gesto simbólico que exime al ave de ser parte del festín. Es una mezcla de humor y tradición que humaniza la solemnidad del día, recordando que incluso las costumbres más formales pueden tener un toque de ligereza.
Sin embargo, más allá del ritual, lo que sobrevive es el sentido: dar gracias.
En un país marcado por la velocidad y la competencia, Thanksgiving ofrece una pausa colectiva, una especie de respiro espiritual donde millones se detienen a valorar lo que tienen, a recordar a quienes ya no están y a proyectar esperanza hacia el año siguiente.
El eco global de una tradición estadounidense
Aunque nació en Estados Unidos, el Día de Acción de Gracias ha cruzado fronteras. Canadá, Liberia y algunas islas del Caribe celebran festividades similares, y cada vez más comunidades de inmigrantes —latinos, asiáticos o africanos— adoptan la fecha a su manera: mezclando el pavo con tamales, arroz con frijoles, empanadas o platos típicos de sus países.
Así, Thanksgiving deja de ser una tradición exclusiva y se convierte en una celebración de gratitud universal, adaptable a cualquier cultura que reconozca la importancia de detenerse un día y decir: “Gracias”.
Un día para agradecer, sin olvidar
En 2025, el Día de Acción de Gracias llega en tiempos de polarización, crisis y reencuentros. Quizá por eso conserva su poder: porque sigue siendo un espacio para volver al origen humano del agradecimiento. Más que una fecha en el calendario, es un recordatorio de que toda sociedad necesita, de vez en cuando, sentarse a la mesa, compartir el pan, recordar sus heridas y brindar por las segundas oportunidades.
Y aunque el pavo, el fútbol y las compras seguirán siendo parte del espectáculo, el verdadero sentido del Día de Acción de Gracias está en lo invisible: en la conversación con quien no ves hace años, en el plato que compartes, en la gratitud que sobrevive a los tiempos difíciles.
