¡Devuélvannos la Estatua de la Libertad!”: La crítica de un político francés a la política estadounidense
La polémica exigencia del eurodiputado francés Raphaël Glucksmann de que Estados Unidos devuelva la Estatua de la Libertad a Francia ha encendido un debate global, poniendo a prueba las dinámicas diplomáticas entre ambos países y reavivando preguntas sobre el significado de este emblemático monumento en la actualidad. En una sorprendente declaración el pasado 16 de marzo de 2025, durante un acto de su partido Place Publique, Glucksmann no solo desafió la relación histórica entre ambos países, sino que ofreció una crítica directa a la política de la administración Trump, cuestionando los valores fundamentales sobre los cuales se fundó la entrega de la estatua en 1886.
Raphaël Glucksmann, nacido el 15 de octubre de 1979 en Boulogne-Billancourt, Francia, es un político y activista conocido por su enfoque en los derechos humanos y la justicia social. Actualmente, es miembro del Parlamento Europeo, cargo que ocupa desde julio de 2019, representando a Francia dentro de la alianza S&D (Socialistas y Demócratas). Hijo del filósofo André Glucksmann, Raphaël fundó el partido de centro-izquierda Place Publique en 2018, y en las elecciones europeas de 2019, encabezó una lista conjunta de su partido y el Partido Socialista francés, obteniendo el 6.2% de los votos. Glucksmann es un firme defensor de los derechos humanos y ha centrado su labor en temas como la represión en Xinjiang y la explotación laboral en la industria de la moda, lo que le ha valido el reconocimiento y, en ocasiones, la controversia internacional.

“Devuélvannos la Estatua de la Libertad”, sentenció el eurodiputado, haciendo alusión a lo que él considera un giro hacia el autoritarismo en la política estadounidense. En su declaración, Glucksmann acusó a Estados Unidos de alinearse con “tiranos” y de despedir a científicos que defendían la libertad académica. Más allá de la provocación, su postura refleja una creciente frustración con las políticas migratorias de la administración Trump y con un aparente distanciamiento de Estados Unidos de sus aliados tradicionales, a favor de regímenes más autoritarios.
Este llamado a la restitución del monumento, más que una demanda seria, parece tener la intención de ser una crítica simbólica a lo que Glucksmann percibe como la erosión de los valores democráticos que Estados Unidos representaba. En sus propias palabras: “Os la regalamos, pero por lo visto la despreciáis. Así que estará bien aquí en casa”. Con esta frase, el político francés no solo pone en duda la autenticidad de los principios que Estados Unidos alegadamente defiende, sino que también desafía el supuesto simbolismo de la Estatua de la Libertad como un faro de libertad, especialmente en un contexto en el que las políticas de inmigración y las relaciones exteriores del país han cambiado drásticamente.
La Estatua de la Libertad, conocida formalmente como La Liberté éclairant le monde (La Libertad iluminando el mundo), fue un regalo del pueblo francés a los Estados Unidos en 1886, como un símbolo de la amistad entre ambos países y de la celebración del centenario de la independencia estadounidense. Concebida por el escultor Frédéric-Auguste Bartholdi y con el diseño estructural de Gustave Eiffel, la estatua ha sido durante más de un siglo un emblema de los valores de libertad, democracia e igualdad. A lo largo de los años, se convirtió en un ícono mundial, especialmente para millones de inmigrantes que llegaron a Nueva York buscando un nuevo comienzo en tierras americanas.
Sin embargo, la carga simbólica de la estatua ha sido puesta en duda en tiempos recientes. La crítica de Glucksmann no es una invocación a un intercambio práctico de bienes, sino una declaración de desilusión. La aparente alineación de Estados Unidos con gobiernos autoritarios y la creciente xenofobia en la política interna han erosionado, según el eurodiputado, los ideales por los cuales Francia otorgó el monumento. En este sentido, su exigencia no es una exigencia material, sino un grito moral, un recordatorio de los ideales que ambas naciones proclamaron en sus orígenes.
Las reacciones a la demanda de Glucksmann no se hicieron esperar. La portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, desestimó de manera tajante la solicitud, recordando la ayuda de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, sin la cual, según ella, “los franceses no estarían hablando francés hoy”. Esta respuesta no solo subraya la historia de cooperación entre ambos países, sino que también revela una clara defensa de la postura estadounidense frente a lo que percibe como un desafío infundado.
Legalmente, la restitución de la Estatua de la Libertad parece un imposible. El monumento es parte del patrimonio estadounidense y está protegido por la UNESCO, lo que dificulta cualquier posibilidad de retorno. Además, la estatua ha sido parte integral del paisaje neoyorquino durante más de un siglo, convirtiéndose no solo en un símbolo de los valores de libertad, sino en un pilar del orgullo nacional de los Estados Unidos.

Este incidente refleja algo más grande que una simple disputa sobre un monumento. Es una expresión de las crecientes tensiones entre Estados Unidos y sus aliados tradicionales en Europa, alimentadas por las políticas de la administración Trump. El gesto de Glucksmann, aunque en principio parece una provocación, se inscribe dentro de una crítica más amplia sobre el retroceso de los ideales democráticos en el país que una vez fue visto como el paladín de la libertad mundial.
En última instancia, la controversia sobre la Estatua de la Libertad resalta un fenómeno mucho más complejo que la simple devolución de una escultura. Es un llamado a la reflexión sobre los valores fundamentales que han guiado la política exterior estadounidense desde su fundación y una invitación a reconsiderar la dirección hacia la que el país se dirige. Mientras tanto, la estatua sigue en su lugar, testigo mudo de un pasado lleno de ideales compartidos, pero también de las profundas divisiones actuales que desafían esos mismos principios.