Thursday, April 17, 2025
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Narcocorridos En México: El Sonido De La Realidad Que El Estado Aún No Sabe Cómo Enfrentar

En la frontera difusa entre cultura popular, crónica social y apología del crimen, los narcocorridos siguen ocupando un lugar central en el debate público en México. Años después de su surgimiento como subgénero derivado del corrido tradicional, esta expresión musical ha evolucionado en formas y audiencias, desafiando regulaciones, multiplicando reproducciones y dejando al Estado en una posición ambigua: al mismo tiempo que condena sus letras, no puede negar su penetración social.

Lo que está ocurriendo hoy con los narcocorridos ya no es solo un fenómeno musical, sino una disputa simbólica sobre qué tipo de violencia se tolera, se narra o se oculta.

De la crónica rural al corrido bélico digital

Los narcocorridos no nacen en YouTube ni en TikTok. Su origen se remonta a las décadas de 1970 y 1980, cuando el narcotráfico empezó a consolidarse como poder paralelo en regiones del norte de México. Inspirados en el corrido tradicional, estos relatos musicales dejaron de cantar hazañas revolucionarias para enfocarse en traficantes, rutas, traiciones, ajusticiamientos y ascensos al poder en el mundo del crimen organizado.

Canciones como Contrabando y traición de Los Tigres del Norte, La Banda del Carro Rojo o El Jefe de Jefes marcaron los primeros pasos. Sin embargo, lo que vemos hoy en plataformas digitales —con artistas como Peso Pluma, Natanael Cano, Fuerza Regida o Luis R. Conríquez— es una transformación del género en códigos, producción y alcance: ya no se canta desde la sierra, sino desde estudios con millones de vistas; no se glorifica solo al capo, sino también al estilo de vida aspiracional, urbano, con armas, camionetas blindadas y relojes de lujo.

Los llamados corridos bélicos y corridos tumbados han logrado entrar en playlists internacionales, festivales masivos e incluso listas de éxitos en EE.UU., en lo que muchos analistas consideran una exportación cultural cargada de ambivalencia.

Regulaciones locales y contradicciones institucionales

Frente al crecimiento de estos temas, varias autoridades locales han optado por regular la interpretación de narcocorridos en espacios públicos. El argumento central es que estas canciones glorifican la violencia, normalizan al crimen organizado y pueden influir negativamente en jóvenes que carecen de alternativas sociales o económicas.

  • En estados como Sinaloa, Chihuahua, Coahuila y Baja California, municipios han impuesto multas de hasta 1 millón de pesos por la interpretación pública de narcocorridos.
  • En marzo de 2024, un concierto de Luis R. Conríquez en Texcoco, Estado de México, terminó con disturbios luego de que el artista se negara a cantar sus temas más conocidos por temor a sanciones municipales.
  • Sonora y Zacatecas han discutido medidas similares tras reportes de que jóvenes asesinados en enfrentamientos entre bandas habían posteado en redes sociales cantando o compartiendo estos temas horas antes.

Sin embargo, estas acciones han sido reactivas, fragmentadas y, en muchos casos, con escasa base legal. En conferencia reciente, la presidenta Claudia Sheinbaum descartó impulsar una prohibición nacional, pero señaló que se debe “promover la música que ayude a reconstruir el tejido social”.

La postura del gobierno federal, aunque moderada, muestra un vacío estratégico: no hay una política pública clara sobre cómo abordar el fenómeno cultural del narcocorrido sin caer en censura ni resignarse a su expansión.

¿Censura o regulación? El debate sigue abierto

La discusión sobre los narcocorridos no se agota en las letras, sino en el lugar que la música ocupa en el espacio público. ¿Debe el Estado intervenir cuando una canción se convierte en símbolo de poder criminal? ¿O debe preservar la libertad artística incluso si el contenido resulta incómodo?

Sociólogos, periodistas y musicólogos coinciden en que los narcocorridos no inventan la violencia, sino que la narran desde un lugar donde pocas instituciones llegan. En regiones con presencia del narco, el corrido sigue siendo una forma de contar lo que no aparece en los medios tradicionales ni en los informes oficiales.

Para organizaciones civiles, la solución no pasa por prohibir conciertos, sino por reconstruir alternativas culturales. “No puedes combatir una narrativa con silencio —señala la investigadora María Teresa Rodríguez—. Lo que necesitas es generar otras narrativas con más fuerza, más identidad y más verdad”.

Narcocultura digital: entre el mercado y la marginalidad

La industria musical también tiene una cuota de responsabilidad. Plataformas como Spotify, Apple Music y YouTube monetizan ampliamente los narcocorridos, al igual que empresas de conciertos y promotores. Esto ha generado un ecosistema donde la violencia se transforma en marca, y donde la censura local puede ser neutralizada por la viralidad global.

Los artistas, por su parte, enfrentan una tensión constante entre el origen marginal del género y su consolidación como producto rentable. Muchos evitan hablar directamente de capos o cárteles en sus letras más recientes, pero siguen recurriendo a símbolos reconocibles: “El chaleco, el cuerno y la troca blindada están presentes —se cambian los nombres, pero no la estructura narrativa”, explica el periodista especializado Jesús Lemus.

Lo que reflejan los narcocorridos no es un fenómeno aislado, sino un síntoma de algo mayor

Más que debatir si deben prohibirse o no, la pregunta que plantea hoy el auge de los narcocorridos es por qué siguen teniendo tanta fuerza en la imaginación colectiva. El problema no es la música, sino el contexto que la hace verosímil: territorios abandonados por el Estado, juventudes sin alternativas, violencia sin memoria institucional.

La música no crea violencia, pero la estructura, la reproduce y la legitima cuando no existen discursos públicos más sólidos que la combatan. En ese vacío, los narcocorridos no solo sobreviven, sino que ocupan el centro del escenario.

Frank Gavidia Salas
Frank Gavidia Salas
Escritor. Dedicado a transmitir historias e ideas que invitan a la reflexión y al conocimiento, con el propósito de abrir espacios para el diálogo sobre temas de actualidad, cultura y espiritualidad.
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